Padre Guardián


Esperé escondido frente a la fachada del convento de los Ángeles. Si las indicaciones que me habían dado eran correctas no tardaría en verla llegar. Dentro de la iglesia se oía tocar el órgano y los maitines de los frailes. Entonces vi una silueta aparecer, al principio pensé que no se trataba de ella porque iba vestida como un hombre, pero cuando llegó y la iluminó la luna, supe que solo podía ser ella. Mis informantes no se habían equivocado.

Había escuchado su propia historia en la posada y temía ser descubierta por sus hermanos. Vigilaba que nadie la hubiera seguido, pero era imposible que pudiera verme escondido como estaba en mi posición.

La escuché maldecir, pensando que Don Álvaro la había abandonado. Rezaba a Dios pidiéndole que no la abandonase también. Se recostó, cansada como llegaba, en la cruz de piedra que había frente al convento.

Cuando recuperó algo sus ánimos se acercó a la puerta, pero al principio no se atrevió a llamar, temerosa. Finalmente tiró de la campanilla. Entonces pude acomodarme un poco más en mi escondite para escuchar lo que ocurriese.

El resplandor de un farol iluminó el rostro de doña Leonor. Solo podía estar allí el padre Melitón, supuse. No la reconoció vestida de hombre. Oí como le pedía hablar con el padre Guardián y empecé a sospechar lo que tramaba. El padre Cleto le había mandado recado desde Córdoba y aunque la iglesia estaba cerrada, el padre Melitón le ofreció entrar. Ella rehusó hacerlo y quedó sola esperando que se cumpliera lo que había pedido. Parecía terriblemente abatida, seguramente pensando que tal vez no le dieran refugio.

En ese momento ya sería la una de la mañana. De repente vi cómo se abría la puerta y aparecía el padre Guardián. Me revolví en mi escondite mientras doña Leonor rehusaba de nuevo entrar para hablar dentro y pedía quedarse a solas con él. La suerte estaba de mi parte, si hablaban fuera escucharía todo. El padre Melitón se retiró y los dejó solos.

Entonces ella se arrodilló ante él y se descubrió como mujer, confirmando todas mis sospechas. Le habló del padre Cleto y le pidió asilo. Vi la sorpresa en el rostro del padre Guardián al reconocerla como doña Leonor de Vargas. Se sentaron ambos al pie de la cruz, donde podía yo escuchar mejor su conversación.

Ella le pidió que la guiase a la gruta donde sabía que otra mujer había estado viviendo lejos de todo hasta su muerte, ya que allí no la perseguirían sus demonios internos tras la muerte de su padre. Tendría que informarme bien sobre la localización de esa gruta. El padre Guardián parecía contrariado e intentó quitarle esa idea de la cabeza, hasta le sugirió meterse a monja si nadie de su familia podía ayudarla, pero ella insistía en su propósito. Hasta yo me quedé turbado por sus intenciones.

El padre Guardián se levantó y vi en su rostro que pensaba ayudarla. Ella se echó a sus pies y le pidió  que no dijese a nadie quien era. Él le aseguró que estaría a salvo allí, que no podrían alcanzarla sus vengativos hermanos y que le ayudaría si pasaba cualquier cosa. Al parecer en ese convento pasaban cosas malas a quien iba por mal camino.

El padre Guardián llamó de nuevo a la puerta y le pidió al hermano Melitón que abriese la iglesia para ellos, pues iba a absolver de sus pecados a doña Leonor. Entraron juntos y ese fue el último momento en que pude verla.

Ya tenía suficiente información por el momento, recogí mis cosas y me levanté para marcharme. ¿Dónde estaría esa gruta en la que pretendía esconderse Doña Leonor? Solo sabía que estaba cerca de los acantilados. Tenía que encontrarla antes de que aquello terminase.

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